SONIDOS DE MURCIÉLAGO
Beto era un murciélago que nació en
lo profundo de una cueva, donde el frío era más intenso, donde el agua llegaba
desde lo alto de una montaña y se filtraba gota por gota dentro de la caverna,
donde las rocas eran ásperas y duras. Sus patas buscaron aferrarse a las
piedras del techo, pero a pesar de sus desesperados intentos, el pequeño cayó a
un charco de agua, causando un ruido que hizo eco en toda la cueva.
Su
madre voló a gran velocidad y se sumergió en el agua para rescatar a su hijo.
El pequeño mamífero alado tosió un poco, hasta que se recuperó.
–Mami,
es imposible mantenerse de cabeza abajo –protestó el murciélago.
–Hijo,
no es imposible. Solo tienes que practicar. No es fácil, pero nada es fácil
–respondió ella.
–¿Cómo
lo voy a poder hacer si no podemos ver? No veo nada, está muy oscuro aquí
–replicó el murciélago.
–Jaja.
Hijo, no es culpa de la oscuridad –rió su madre–, sino que no puedes ver porque
tus ojos no funcionan. No necesitamos de los ojos para vivir.
–¿Cómo
que no? Es muy difícil ser murciélago. ¿Tenemos que adivinar las cosas de
nuestro alrededor? –preguntó con preocupación Beto.
–No.
Por eso tenemos tan buenos oídos. Nuestros ruidos rebotan por todos lados, y
nuestras orejas captan las vibraciones en el aire, y así “miramos” –dijo segura
la madre.
Beto
chilló fuerte, y las ondas rebotaron en las piedras como pelotas de básquet.
–¡Es
cierto! Acabo de descubrir la distancia que hay al techo, y cuán larga es la
caverna –anunció contento el murciélago.
Entonces
el pequeño se puso de pie, y alzó el vuelo hacia el techo de la caverna. Una,
dos, tres, cuatro veces cayó al agua, y la quinta logró sostenerse con sus
garras bien aferradas a las rocas de la cueva.
–Muy
bien hijo. Sabía que lo lograrías –lo alentó su madre.
–Ahora
“veo” lo fácil que es ser murciélago –dijo Beto convencido.