Les traigo un lindo relato, publicado hace un tiempo en las revistas de Ediba. Espero les guste. Saludos
LA VIDA DE UN NARANJO
Hace algunos años, mi mamá trajo una semilla a casa. Era tan chiquita como la uña de mi dedo meñique. Ella me contó que cuando creciera sería un árbol grande, con muchas hojas, y que cada verano nos daría naranjas. Yo me entusiasmé mucho. Ya quería verlo crecer, ver sus flores y comer sus naranjas. Pero mi mamá me dijo que había que tener paciencia, que los árboles no crecen de un día para el otro.
Todos los días, al regreso de la escuela, me sentaba en el patio para ver si el naranjo había crecido algo. Pero sólo veía tierra. Ningún brote, ningún tallo. El tiempo pasó, y yo me olvidé de aquella semilla. Hasta que un día, me acuerdo que fue en agosto, salió de la tierra un pequeño tallo, con una hojita verde. Era el árbol que comenzaba a crecer, a despertarse. Entonces mi mamá me contó que el naranjo hacía mucho que ya estaba creciendo, pero debajo de la tierra, con sus raíces. Entonces le pregunté por qué no crecía más rápido, si no tenía ganas de ser grande y fuerte. Entonces mi mamá, que sabe de muchas cosas, me dijo: “Este árbol es como vos, hijo. Disfruta cada momento de su vida. Primero fue una semillita, ¿te acordás?. Después fue una pequeña hojita y ahora es un tallo. Dentro de algunos años será un gran árbol, con flores y naranjas. Pero crece con calma, como vos, que ahora sos un chico, pero dentro de unos años también serás grande”.
Y desde ese día, todas las tardes, me siento a ver crecer un poquito el naranjo. Me siento a verlo crecer, porque seguro que también él me ve crecer a mí.