Les dejo los primeros cuentos, para que lean y me conozcan mejor.
Todos fueron publicados por la editorial EDIBA.
Saludos!!
UNA MEDIA GLOTONA
Franco salió del kiosco, con su alfajor en la mano. Se
había comprado uno de chocolate, su favorito. Pero antes de poner un pie en la
vereda, guardó su dinero en la media. Sí, en la media. Es una forma segura y
cómoda de guardar la plata cuando no se tienen bolsillos.
Franco comenzó a caminar por la calle rumbo a su casa,
a tan sólo cuatro cuadras. Siempre volvía del colegio a esa hora, y siempre le
daban ganas de comerse un alfajor. Pero esta vez fue distinto.
Llevándose el último pedazo de alfajor a la boca, pasó
por otro kiosco donde vio las figuritas de fútbol que juntaba. Entonces se
agachó para buscar el dinero en su media, pero no estaba todo lo que había
guardado. Sólo quedaban 10 pesos, de los 13 que había guardado. “No puede ser”,
pensó. “Se me deben haber perdido”.
Le entregó al kiosquero el billete a cambio de 2
paquetes de figuritas. Guardó en su media el billete y la moneda que le dio de
vuelto el hombre.
En el camino se puso muy contento porque le tocaron 5
figuritas que no tenía. Antes de llegar a su casa, recordó que su mamá le había
pedido que comprara pan. Entró a la panadería y le dijo al dueño: “¿Me da medio
kilo de pan, por favor?”. El hombre eligió el pan más calentito, que es el más
rico. Lo metió en una bolsa y le dijo: “Son 4 pesos, Franco”. El chico sabía
que tenía dos billetes en su media, pero no los encontró. “¿Qué pasa? ¿Dónde
está la plata?”, se preguntó. El panadero al ver que Franco no hallaba el
dinero le dijo: “Me lo paga tu mamá después. Andá”.
Franco salió de la panadería muy preocupado, pensando
que tal vez tenía una media mágica que hacía desaparecer el dinero. Cuando
llegó a su casa, le dijo a su mamá:
–Má. Tengo una media que me come la plata. Guardé
billetes y monedas y no están. ¿Puede ser que mi media tenga hambre?
La mamá de Franco se rió y le dijo:
–Sentate y dame el pie.
La mujer le sacó la zapatilla a su hijo y luego la
media. Entonces dijo:
–No, Franco. Tu media no come plata. ¡Tan sólo tiene
una boca enorme! –y mientras decía esto le mostraba el gran agujero que tenía la
media en el talón.– Toda la plata está acá, en tu zapatilla. Mirá–. Y así era.
Todo el dinero estaba adentro.
Franco se puso un poco colorado de la vergüenza, pero
enseguida comenzó a reírse como un loco. “Menos mal. Se imaginan si me comía el
pie”, pensó.
LO QUE PASÓ EN
ABECEDARIO
En
un lugar muy, muy lejano, allá arriba, en el cielo; más lejos que la luna, más
lejos que todas las estrellas, las grandes y las chiquitas, existe un planeta
muy raro. Allí no hay gente ni animales, lo que hay son palabras. Es un mundo
donde todas las palabras viven tranquilas y contentas. La palabra “Correr”
corre por el campo verde, lleno de árboles. “Volar” vuela en el cielo azul,
lleno de nubes blancas, que parecen pedacitos de algodón. Y “Jugar” juega con
las otras palabras. También viven “Lindo” y “Hermoso” en ese planeta. “Lindo”
es lindo, y “Hermoso” es más lindo que “Lindo”, es decir, es hermoso. Además
hay muchas otras palabras. En realidad están todas las palabras que conocés y
más.
En ese mundo,
hay un pueblo muy chiquito, llamado Abecedario. Allí viven todas las letras, y
nada más que las letras. Las palabras no pueden entrar. Están la A, la B, la C,
y todas, hasta la Z. Las letras se quieren mucho entre ellas, y cada vez que en
nuestro planeta las necesitamos, ellas vienen volando muy pero muy rápido, para
aparecer en el papel. Algunas son más lindas que otras, pero eso no les importa
si en nuestro planeta las tratamos bien.
Hace muchos
años, en nuestro mundo, los grandes trataban mal a las letras. Las escribían
desprolijamente, con manchas y suciedad. A los adultos no les importaban las
letras, sólo las usaban para escribir. Y por eso las letras estaban tristes.
Un día todas
las letras de Abecedario que, como dije antes, era el nombre de aquel pueblito,
se reunieron para hablar sobre lo que les pasaba y cómo las trataban los
grandes. Cada letra dijo lo que pensaba. La “A” dijo: “A mi me molesta que la
gente grande no nos quiera”. La “C” dijo: “Cuando tengo que aparecer en un
papel, tengo miedo de que me lastimen”. La “T” dijo: “Tenés razón. Todos nos
tratan mal”. La “L” dijo: “La última vez que aparecí, me hicieron flaquita y
fea. Linda no soy, pero podrían escribirme mejor”. Y así cada una dijo lo que
pensaba, ninguna se quedó callada. Luego de pensar un largo rato, y de proponer
muchas ideas, a la “Y” se le ocurrió algo: “¿Y si no aparecemos más?, y cada
vez que nos quieran escribir no van a poder”. Entonces la “M” contestó: “Me
parece una idea buenísima, pero que sólo los adultos no puedan escribirnos.
Mientras los chicos si puedan”. “Ojalá funcione”, dijo la “O”. Y así se pusieron de acuerdo todas las
letras. Ya no aparecerían en los papeles cada vez que los grandes quisieran
escribirlas.
Un gran lío
se armó en el planeta. La gente grande no sabía que hacer. La única manera de
escribir era con lápices, biromes, marcadores, tizas, y ninguna de estos
funcionaba. Pero cada vez que las usaban los chicos, las letras aparecían muy
contentas. Cuando un adulto no podía escribir, llamaba a su hijo, a su nieto, a
su sobrino, o al primer chico que veía, para que escribiese lo que le pedía.
Porque los grandes ya no podían escribir, por más esfuerzo que hicieran.
Algunas veces los chicos no querían escribir, y preferían ir a jugar o a mirar
la tele. Entonces los adultos no sabían que hacer y se ponían tristes.
Pasó mucho
tiempo, y los grandes no podían escribir palabras. Algunos se habían olvidado
como escribir. Otros trataban de formar letras cortando papelitos, o cortando
fideos, porque estos son muy buenos para armar letras. Pero esa no era la
solución. Entonces todas las letras de Abecedario, que era el pueblo donde
vivían todas las letras, y no dejaban entrar a las palabras, como ya dije
antes, se volvieron a reunir. Y cada una dijo lo que pensaba. La “P” dijo:
“Pienso que los adultos se sienten mal porque no pueden escribirnos”. La “J”
dijo: “Jamás creímos que se iban a poner tan tristes”. “Están sufriendo mucho”,
dijo la “E”. La “Q” dijo: ¿Qué podemos hacer para solucionar esto?”. Y todas
las letras comenzaron a dar ideas, como la vez anterior, únicamente que esta
vez era para ver cómo arreglar el problema que habían causado. Entonces la “D
“dijo que tenía lo solución: “De ahora en adelante, cada vez que un chico nos
escriba, le vamos a decir que hable con un adulto y le diga por qué no
aparecemos más cuando nos escriben. Decirles que, como los adultos nos tratan
mal, no queremos aparecer más”. Muchas letras estuvieron de acuerdo, pero la
“N” dijo: “No podemos hablarles a los chicos. Nunca una letra le habló a un
chico”. Entonces la “P” dijo: “Podemos, y lo vamos a hacer”. Todas estuvieron
de acuerdo y cada vez que un chico escribía una letra, esta le decía algo. Al
principio los chicos tenían miedo. Cómo una letra les iba a hablar, tan
campante sobre la hoja. Pero ellas les dijeron que no tuvieran miedo. Entonces
todos los chicos del mundo corrían a decirles a los adultos por qué no podían
escribir. Los adultos se dieron cuenta del mal que estaban haciendo, comenzaron
a tratar bien a las letras y pudieron escribir otra vez. Los grandes ya no
trataban mal a las letras, y éstas estaban muy felices. Habían hecho un gran
trabajo. Esto fue lo que pasó en Abecedario.
Así que si un
día una letra te empieza a hablar, no tengas miedo, escuchala, porque seguro
que necesita tu ayuda.
DOS ARTISTAS EN EL BOSQUE
Todos los días, con la salida del sol, Beto, el pájaro carpintero del bosque comenzaba su trabajo. Era el artista del bosque. Pasaba horas y horas trabajando con su pico la madera de los árboles. Podía crear las obras más maravillosas, los muebles más cómodos. A todos los animales les encantaba ver cómo Beto tallaba los troncos.
Pero un día llegó al bosque otro pájaro carpintero. Según contaban los pájaros que lo conocían, Guemo era mucho mejor que Beto. Podía tallar lo que le pidiesen mucho más rápido. Entonces Beto escuchó lo que se decía del nuevo pájaro, y le propuso una competencia. Los animales del bosque se entusiasmaron mucho, ya que un torneo no se veía hacía mucho tiempo, desde aquella carrera entre la liebre y la tortuga. Después de varios días de preparación, llegó el momento de la verdad. Todos los animales en silencio, escucharon lo que el juez tenía para decir.
–Estamos aquí –decía el buho, que por ser el más viejo, le tocó ser juez– para ver quién es el mejor carpintero del bosque. La competencia consistirá en tallar una cama. Quién la haga primero y más hermosa, ganará la competencia.
Ambos pájaros se miraron, y cada uno inició su trabajo. Luego de un rato, Guemo había finalizado su obra. Los animales maravillados, aplaudieron con sus patas. Era una cama hermosa. Pero había que esperar a Beto, quien se tomaba su tiempo. Luego de unas horas, Beto concluyó su cama. Los animales, abrieron sus hocicos, dejando caer sus largas lenguas. Era una cama casi perfecta. Era más hermosa que la de Guemo. El juez entonces dijo, mientras observaba:
–Animales, ambos participantes han finalizado sus trabajos. Y creo que tenemos un problema. La cama de Beto es hermosa, una obra de arte. Pero la de Guemo fue construida mucho más rápido. Es una decisión muy difícil. Tengo que pensarlo un poco. El buho comenzó a caminar por el pasto, de un lado a otro, con sus alas abiertas y
sus ojos cerrados. Cada animal seguía con su vista al juez. Hasta que éste se detuvo. Se
quedó quieto como una estatua. Abrió los ojos y dijo:
–Declaro la competencia... Un Empate. Ambos pájaros carpinteros tienen sus habilidades, y realizaron sus trabajos con mucho esfuerzo. No creo que sea bueno que haya un ganador. Desde hoy, todo animal que necesite un mueble con mucha prisa, se lo pedirá a Guemo. Y aquel animal que quiera un mueble hermoso, se lo pedirá a Beto. Así ambos tendrán trabajo, y ninguno será mejor que el otro.
Y desde aquel día el bosque tuvo dos artistas.